Todos hemos experimentado ansiedad en algún momento de nuestras vidas. La ansiedad es una de las muchas maneras en que experimentamos el miedo. Es una sensación desagradable, y por lo mismo no queremos sentirla. Quisiéramos que simplemente desapareciera, e incluso es muy tentador tomarnos una pastilla, o anestesiarnos con alcohol u otras sustancias para dejar de sentirla. Pero estaríamos pasando por alto que la ansiedad, como todas las emociones, tiene un propósito de existir. Su misión es avisarnos que algo estamos haciendo mal. Que no nos estamos relacionando adecuadamente con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.
Nuestro cuerpo no puede hablarnos con palabras, así que lo hace con sensaciones, emociones y sentimientos. Y en el caso específico de la ansiedad, el cuerpo se ve obligado a generar sensaciones desagradables, porque de otro modo no lo escucharíamos. Y si con las primeras sensaciones desagradables aún seguimos sin escucharlo, entonces aumenta la intensidad.
Las señales más comunes de la ansiedad son: La mente muy activa (sobre todo enfocado en las preocupaciones sobre el futuro), dificultad para dormir, el corazón acelerado, la respiración corta y rápida, hormigueo en manos y pies (que puede extenderse a brazos y piernas), tensión en la parte alta del cuerpo (hombros, espalda, cuello y mandíbula), náuseas y vomito en algunos casos, y una sensación de temor que invita al aislamiento.
A diferencia del miedo que sentimos ante un peligro inminente, la ansiedad es provocada por los temores que proyectamos en nuestra mente, pero que no tienen nada que ver con el momento presente. Por ejemplo: al revivir un suceso traumático o al imaginar una situación catastrófica que pudiera ocurrir en el futuro. Podríamos decir que la ansiedad es producto de evadir el momento presente.
Si tu ansiedad pudiera hablarte con palabras y decirte lo que necesitas escuchar (y no quieres escuchar) probablemente te daría alguno de los siguientes mensajes: “Deja ya de preocuparte y ocúpate”. “No estás siendo auténtico, exprésate tal y como eres”. “No estás viviendo como tú quieres”. “Deja de preocuparte tanto por los demás, necesitas ocuparte de ti”. “Por miedo, estás postergando cosas, es momento de hacerte cargo de tus necesidades”. “Te sientes aprisionado, necesitas empezar a poner límites”. “Estás imaginando problemas que ni sabes si van a ocurrir”. “No te encierres, el mundo no es tan peligroso como crees”. “Necesitas salir y vivir, para recuperar tu confianza”. “Ve por tus sueños, averigua de qué eres capaz”.
Como podrás ver, la ansiedad tiene mensajes nobles que darte. Su misión es hacerte sentir incómodo para que salgas de tu zona segura y empieces a vivir tu vida.
Cuando sientas ansiedad, podrías hacerte algunas de las siguientes preguntas para ganar claridad: ¿Estoy viviendo el momento presente? ¿He dejado de ser yo mismo? ¿Expreso lo que realmente pienso y siento? ¿Cedo mi libertad por dar gusto a los demás? ¿Qué estoy evitando enfrentar?
Un buen hábito para prevenir la ansiedad es escuchar a tu cuerpo constantemente. Tomarte unos minutos al día para revisar cómo estás, te ayudará a atender tu ansiedad antes de que crezca. Verás que si escuchas con atención, tu cuerpo te dirá lo que necesitas: Respirar profundo, poner los pies en la tierra y mirar la realidad sin drama. Puede que lo que está ocurriendo no sea lo que tú quieres, pero es lo que está ocurriendo, no es bueno ni malo, es solo el instante presente, acéptalo tal y como es. Y por último, el mejor remedio para la ansiedad es pasar a la acción; aunque tengas miedo, aunque no te sientas listo, aunque no tengas ganas. Solo inténtalo, lo mejor que puedas, si te sale bien, ¡qué bueno!, ya aprendiste algo nuevo. Si no te sale como esperabas, también aprendiste algo, ¡inténtalo de nuevo! Es así como se construye la confianza, con cada intento, con cada esfuerzo que haces por volver a intentarlo.
“Nuestra gloria más grande no consiste en no haberse caído nunca, sino en haberse levantado después de cada caída” Confucio.
Asesor Psicológico del Programa del PAP